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«LA MADRE DEL BLUES» Y EL RACISMO EN LA ESCENA MUSICAL

Uno de los últimos estrenos originales de Netflix de este año fue “La Madre del Blues”. Que con tempranas predicciones comienza a resonar en la carrera al Oscar por dos fuertes de su elenco: una Viola Davis caracterizada a la perfección como Getrude «Ma» Rainey y el peso de Chadwick Boseman en su última actuación en pantalla tras fallecer el pasado 28 de agosto.

Basada en la obra de teatro de August Wilson llamada Ma Rainey’s Black Bottom la película dirigida por George C. Wolfe, al menos en su tráiler, nos adelanta que veremos el proceso de grabación de un disco de blues y  todo el peso de la líder Ma, una mujer negra a la que los blancos no le dicen que hacer porque ellos no entienden lo que verdaderamente significa el blues. “No cantas para sentirte mejor, cantas porque así entiendes la vida”, declara cómoda en un sillón mientras espera tener el estudio a su antojo. La fecha es 1927 en Chicago.

Fuente: Espinof- Film affinity

Pero en verdad no es una película con mucha pista que digamos. Gran parte de la misma ocurre en la pequeña sala de ensayo, donde la banda soporte divide su tiempo entre esperar a la gran cantante de su eterna demora y mañas e intentar sofrenar la pulsión joven del trompetista interpretado por Chadwick.

Su personaje es el verdadero protagonista. Con varios monólogos de larga duración, que ahondan en cuestiones raciales y religiosas, Boseman recorre todas las emociones y lleva a cabo el acto final de fuerte peso con la explotación hacia el artista como desencadenante principal.

Fuente: Espinof- Film affinity

No conocemos mucho del género, ni de la historia de Ma, más allá de una escena donde la líder conversa mano a mano con el músico más cercano en la que son mencionadas lógicas de la industria, y el difícil camino que tiene la gente de color para no ser cuestionados. Sin contar la escena del proceso de grabación donde aparece la mística de la ceremonia en la cabina, los vinilos, y micrófonos de pie y una breve apertura el nivel de escenas musicales es casi nulo.

Sin embargo la película funciona desde el lado filosófico. En esa sala de ladrillo vista, con los músicos agobiados de calor, afinando sus instrumentos por enésima vez, se discuten un sinfín de temas aún vigentes, con el tempo de intimista de una charla entre colegas. ¿Por qué debería confiar en Dios si mi mamá le pidió piedad y la abandonó?. Reprocha el personaje de Chadwick irritando a los creyentes del salón.

La rapidez de los diálogos, y el contraste de visiones del mundo entre los que ya están de vuelta y el joven músico que quiere comerse el mundo son el ritmo más gráfico del film.

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