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 VANDALIZACIÓN EN EL ARTE: «YO SOY EL ARTISTA AHORA»

Cómo el arte podría ser un acto duro y la política una acción performativa.

Activistas de la organización Last Generation, Museo Barberini en Postdam, Alemania.

Recientemente varios hechos catalogados como eco-vandalismo despabilaron la opinión pública y el mundo del arte. El 14 de octubre en la National Gallery of London activistas de la agrupación Just stop oil ingresaron a la sala donde se exhibe “Los Girasoles” de Vincent Van Gogh sorteando el perímetro que preserva la pieza, arrojando el contenido de la muy reconocible sopa de tomate Hellmann’s. Posteriormente, adhiriendo una mano a la pared, le preguntaron al mundo si consideraban importante la protección del planeta y las personas o si la protección de una pieza artística se considera más importante que la comida o la justicia.

Nuevamente el domingo 23 del mismo mes, dos activistas pero de la organización Last Generation, realizaron la misma operación performativa, pero esta vez sobre la pieza de Claude Monet “Meules”, exhibida en el Museo Barberini en Postdam, Alemania. Procediendo de la misma manera que en el caso anterior y arrojando puré de papas, esta vez el objetivo fue alertar sobre la criticidad de la situación climática y la potencialidad que conduzca a una catástrofe alimentaria para el año 2050. En ambos casos, ninguna de las piezas sufrió daño y tanto staff de las instituciones como los asistentes en las salas observaron inmutables.  

Activistas de Just stop en la National Gallery of London .  

Desde la perspectiva de las ciencias sociales orientadas al estudio de la opinión pública estos eventos podrían ser catalogados como actos duros, aquellos con capacidad de impactar y por lo tanto obtener alta repercusión. Un ejemplo de acto duro, sino el más relevante de nuestra historia política más reciente, fue el que realizara Nestor Kirchner al ordenar el retiro de los retratos de Videla y Mignone durante la 28º conmemoración del Golpe de Estado de 1976. Acto posteriormente descripto por algunos medios como una escenificación. Por su parte, desde una perspectiva artística, las recientes “vandalizaciones” funcionan como marcas de lo que se conoce como una de las operaciones más revolucionarias que produjo el arte: la performatividad.

Los orígenes de dicha operación, se remontan los happenings de los “aburridos” de la década del 50’ y al posterior movimiento situacionista originado en 1956 que proponía la creación deliberada de situaciones disruptivas orientadas a cuestionar en tono crítico-político problemáticas del orden social y en particular la idea de felicidad asociada al consumo de bienes materiales. Este movimiento dió abrigo a colectivos artísticos de vanguardia como la Internacional Letrista y el Movimiento Internacional por la Bauhaus Imaginista, ocupados en rescatar la potencia política del surrealismo. El situacionismo fue también uno de los componentes conceptuales del mayo francés. 

En Argentina, el happening hace su aparición en la década del ‘60 donde se dan cita improvisación e instalación, el borramiento de las fronteras entre los territorios del artista y el espectador y finalmente la unicidad del hecho irrepetible. Federico Peralta Ramos, Marta Minujin, Nicolás García Uriburu entre otros, se destacan en la escena nacional de la época. Más adelante en el siglo XX, el punk rock fogoneado por un inescrupuloso Malcom Mclaren, se valía de puestas en escena de situaciones caóticas como activaciones marketineras a los fines de publicitar su más célebre y efímero emprendimiento, los sex pistols. Tan efectivas como intensas fueron las situaciones que creaba que solo lograron sobrevivir tres años como banda, aunque la influencia conceptual del do it your self aún sigue vigente. Más cercano a nosotros, la jornada inaugural de la Feria ARTEBA 2016 en la  que un Leo Garcia fuera de sí, alteró la rutina de aquellos que consideran que es suficiente estar presente en una feria masiva para que algo sea considerado arte.

Nicolás García Uriburu, intervención Bienal de Arte de Venecia (1968) “Green Venice”.

Con todo, los recientes “eco-ataques” de alto impacto no son novedad. En 1968, sin participar formalmente en la Bienal de Arte de Venecia, Nicolás García Uriburu se cuela desde la autogestión para ejecutar su  “Green Venice”, tiñendo de verde el agua en los canales con el objetivo de generar conciencia sobre la polución del agua. 

Tal vez, lo que ahora provoque cierta disonancia sea el hecho de que las recientes acciones podrían contradecir la tradición situacionista que profesaba el cuestionamiento a la espectacularización con la que explicaban su idea de alienación, en la que un individuo ubicado en el rol del espectador, no se involucra, no crea situaciones, sólo se conforma con observar lo que sucede. ¿Será acaso que la inclusión del registro y difusión en la acción promueve la réplica de esos molestos espectadores? y ¿acaso aquellos que determinan al espectador, omitan con sus acciones convocarlos a la participación activa en la búsqueda de soluciones efectivas y sostenibles en el tiempo?

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