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«LA CASA DE LOS CONEJOS»: LA DICTADURA EN LOS OJOS DE UNA NENA DE OCHO AÑOS

Laura Alcoba es una escritora argentina que desde los diez años reside en Francia. Nacida en La Plata en 1968, pasó los primeros años de su vida en la clandestinidad, huyendo de los militares junto a su madre. A partir de esta experiencia, Laura escribe “La Casa de los Conejos” la novela autobiográfica que Valeria Selinger adaptó a la pantalla grande.

En este film la escritora francesa vuelve a ser una niña de ocho años que vive en un mundo de secretos y apariencias. En pleno auge de dictadura militar, los papás de Laurita se convierten en el blanco perfecto para los uniformados. Mientras que su padre permanece preso, su madre se mantiene en las sombras, prófuga por sus ideales. Laura es personificada por Mora Iramain García, actriz de 12 años y nieta de desaparecidos. Esto último quizás ayudó a la joven protagonista a ponerse en la piel de una nena cuya vida fue un tetris de identidades falsas, múltiples hogares y falta de apellido. No solo son los ideales lo que se destacó en su actuación sino también la inocencia y la madurez que Mora transfirió al personaje de Laurita.

Cuando Laura y su mamá llegan a la casa de Diana y Cacho todo parece un juego para esa nena de ocho años que prefería entender poco de la situación que estaban viviendo, pero entender poco no significa estar ajeno a lo que sucede. Los conejos no son ninguna metáfora, de hecho, eran una fachada. Detrás de las jaulas se encontraba un embute en el que la mamá de Laura hacía funcionar la imprenta Evita Montonera.

“Yo no tengo apellido, mis papás son el señor y la señora sin apellido”, dice Laura en una escena de la película. Es interesante entender la dictadura desde la perspectiva de una nena, hija de montoneros, que está privada de mandarle dibujitos a su papá, de jugar con los chicos del barrio, en fin, de ser una nena común y corriente. En lugar de eso, Laura vive en un mundo de adultos clandestino, lleno de caras desconocidas y armas de fuego. Por suerte o no, ella interpreta todo eso como un juego, intentando de cierta forma, negar su realidad, ocho años ya son suficientes para entender.

Los chicos entienden más de lo que los adultos esperan, esta película, esta autobiografía lo demuestran. A los ocho años es imposible interpretar el porqué de la represión, hay gente bastante más grande que sigue sin poder hacerlo. Laura pudo identificar lo que vivió durante los años de su infancia turbulenta y plasmarlo en papel, años después, con mucho más contexto y datos duros. Diana y Cacho, sus tíos adoptivos, eran los Teruggi, padres de Clara Anahí, la nieta nunca encontrada de una las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.

Es difícil ponerse en la piel de quienes vivieron en la época del proceso. Ser un nene en el mundo adulto siempre es algo complicado, nunca se termina de entender del todo lo que pasa alrededor, los conflictos parecen tan lejanos y poco tangibles que a veces es más fácil obviarlos, fingir que no existen, seguir jugando en esa realidad paralela tan inocente y frágil que da pena corromper. Si eso aun sucede, es imposible imaginar como sería vivir una infancia en la dictadura, eso era curtirse de verdad.

En este film, Selinger nos invita a vivir la dictadura a través de los ojos de Laura, una nena de ocho años, quien 32 años después supo escribir su propia historia y contarla desde la perspectiva inocente en la que vivió todo.

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